Por Alina Marrero
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
A días de haber presenciado el concierto del cantante venezolano Samuel Mariño, en la Sala Sinfónica del Centro de Bellas Artes de Santurce, presentado por Pro Arte Musical en la temporada 2023-2014, nos unimos al ditirambo, comprendido por personas diversas en seis continentes, que han tenido la misma experiencia.
A continuación, recitaremos algunos de los versos, ya rezos, de esa saga: “¡Voz prodigiosa de bellísimo timbre! ¡Canta resuelto en el registro de soprano, con emisión limpia y potente, mientras pasa por las notas de su amplio registro vocal! ¡Delicado! ¡Brillante en los pasajes de coloratura! ¡Meticuloso en el ornamento, con un ascenso súbito, fino al agudo extremo que corta el aliento! ¡Por momentos sublime, por momentos aguerrido; tesitura de ángel y de demonio! ¡Verlo es una experiencia única, irrepetible y en lo sucesivo, necesaria!”.
¡De acuerdo en todo lo anterior! Aunque podemos añadir trinos insospechados, cadencias en modo infinito y grupetos de belleza siniestra, a nuestra partitura épica, porque el sopranista Samuel Mariño, y citamos a la persona que nos acompañó, “nos acercó a la lágrima, pero nos arrojó al amor”.
Así lo vivimos: Distinta a la voz construida de un contratenor, el registro de soprano de Mariño es completamente natural. Canta con facilidad los roles de soprano, los roles de castrato y los roles de tenor.
Con un desempeño que desintegra fronteras de géneros, espacios y tiempos, Mariño mostró dominio de su técnica, al crear auroras boreales con el ingenio de sus colores vocales y adornos imperiosos, tan de rigor en la música del siglo 18.
Los sopranos masculinos, no son tan frecuentes como en un pasado, que, para lograr que un niño no perdiera su voz de soprano, se recurría a una mutilación en los testículos. De esta manera podían interpretar personajes femeninos.
El momento imperial de los castrati tuvo su encuentro en los siglos XVII y XVIII. Ellos eran las mega estrellas del momento, y ejercían deslumbramiento, en algunos casos, frenético. En Italia, esta práctica inhumana se prohibió en 1861. Que sepamos, el último castrato se jubiló en 1913.
Con un atuendo que coqueteaba entre lo extravagante y sofisticado, que incluyó zapatos y botas de tacones altos, y acompañado por el excelso pianista Jonathan Ware, Samuel Mariño actuó con veraz seguridad y suma tranquilidad. Nos cautivó desde la primera nota y aun nos custodia en una voluntaria cadena perpetua de fascinación.
Abordamos una barcaza de secuencias cromáticas, alientos y disonancias dramáticas, a través de un cuerpo de agua de coloratura pura, dinámica, viviente. Como remos, una técnica soberbia; un estilo expresivo, intenso; un dominio absoluto de los universos del pentagrama.
La selección del repertorio (sofisticados y complicados temas desde el siglo 15 hasta el momento actual), fue relevante. A través de las selecciones, el artista lanzó sus intenciones y desarrolló su sentido de misión.
Cualquier joven que escuche a Mariño, se enamora de la música que canta. Y si indaga un poco más, se enterará que este artista adora a Daddy Yankee y aspira cantar con Beyoncé y Lady Gaga.
Con la integridad de quien se enfrenta a la inmensidad exterior, a sabiendas de su seguridad interior, el sopranista, seleccionó para comenzar, una canción del compositor, laudista y cantante del Renacimiento Inglés John, Dowland (1563–1626): “Came Again: Sweet Love Doth Now Invite” (The First Book of Songes, 1597).
En segundo lugar, nos deleitó con el madrigal más conocido de uno de los fundadores del género de la ópera, profesor, cantante, instrumentista y escritor italiano de finales del Renacimiento y principios del Barroco, Giulio Romolo Caccini (1551-1618), “Amarilli, mia bella”.
“Hai Lulli” (1880), canción original de la mezzosoprano dramática francesa, compositora y pedagoga de ascendencia española, Pauline Viardot (Michelle Ferdinande Pauline García, 1821-1910), fue la cuarta selección.
Le siguió “Ah Chloris” (1916), del compositor, director, crítico musical y cantante francés (nacido en Venezuela), Reynaldo Hahn (1874-1947). Mariño nos hipnotizó.
“E pur cosi un giorno… Piangero la sorte mia” de la ópera Julio Cesar en Egipto del compositor alemán-británico Georg Friedrich Händel (1685-1759), fue la quinta pieza del programa, y la que más insiste en nuestra memoria.
Aunque hay un personaje asignado, desde la composición, a un castrato (Tolomeo), el aria que interpretó Mariño (Cleopatra) pertenece a una soprano dramática.
Los afluentes de los atributos del sopranista funcionaron en complicidad para formar un océano de sensaciones, técnicas e interpretativas. Angustia, impotencia, dolor, grito, venganza, todo estaba allí.
A través de la gestualidad, nada afectada, real hasta la médula de Mariño, penetramos en el arrobo de muchas vidas y le dimos permiso a la lágrima en el punto de la convergencia mística del amor: los aplausos. Mariño hizo un aparte para llorar con nosotros. Hemos ovacionado a grandes artistas, pero solo en el Museo del Prado, ante la pintura “El jardín de las delicias” de Gerónimo Bosh habíamos sentido algo igual.
“Non sara poco” (1736) de la ópera pastoral “Atalanta”, del mismo compositor (Georg Friedrich Händel), cerró la primera parte del concierto. Samuel Mariño abrazó un personaje masculino destinado a un castrato (Meleagro), que hoy suele interpretar una soprano.
Estas últimas dos selecciones, donde el sopranista dio gala a ornamentos impecables, agudos empíreos y trinos que afloraron cada sinestecia espacial, fueron perfectas para el cierre de la primera parte.
Miramos el reloj. No nos habíamos dado cuenta que el tiempo había pasado. Samuel Mariño regresó del descanso vestido, de rabo a cabo, de lentejuelas plateadas. Lo asociamos con la luna y le comentamos al vecino: “La plata es el metal del misterio”.
Supimos que el artista diseña su vestuario, así que también comentamos: Se tiene que haber inspirado en “Song to the Moon”.
La selección de “Apres un reve” (1878), del compositor, organista, pianista, y maestro francés, Gabriel Faure (1845-1924), nos susurró un rayo de luna. La breve crónica de Après un rêve” (Después de un sueño), relata el despertar de un sueño de un amante, donde se anhela regresar al misterio de la noche irreal.
“Vocalise” (1915), canción del compositor romántico, pianista virtuoso y director de orquesta ruso Sergei Vasilyevich Rachmaninoff (1873–1943) nos sedujo como sirenas en relación con el agua. Esta pieza fue escrita para voz alta (soprano o tenor) con acompañamiento de piano, y no contiene palabras.
La tercera selección de la segunda parte, fue “Oh quand je dors” (1841), del compositor, pianista virtuoso, director y profesor húngaro del período romántico, Franz Liszt (1811-1886).
Llegó el momento de la cuarta selección, “Song to the Moon”, aria de soprano de la ópera Rusalka (1901), obra cumbre del compositor checo Antonín Leopold Dvořák (1841-1904). La pieza, bellísima y muy conocida, narra la tragedia de una ninfa de agua que se enamora de un príncipe. Pensamos en lo que comentamos del atuendo cuando comenzó la segunda parte del concierto, y sonreímos.
Después de interpretar, en francés y en español, “Havanaisc”, de la francesa-española Pauline Viardot (1821 – 1910), Samuel Mariño tomó el micrófono por primera vez.
“Nunca había llorado en un escenario”, expresó al referirse a la emoción que le provocó lágrimas cuando cantó “E pur cosi un giorno… Piangero la sorte mia” de Händel, penúltimo número en la primera parte del programa. Mariño, con una voz hablada tan aguda como cuando canta, continuó: “¡Y qué bueno que pasó en Puerto Rico! Me pongo emocional”.
“Puerto Rico es tan cerca de Venezuela, el lugar que me vio nacer. Somos muy parecidos, tenemos mucha historia en común. Me he presentado en seis continentes, hablo muchos idiomas, pero nunca olvido de dónde vengo. ¡Somos latinos! Somos un mejunje. ¡Qué orgullo ser ese mejunje tan rico!”, los aplausos del público lo hicieron callar.
Cuando por fin pudo hablar, dijo: “Este programa lo creé pensando en el agua. Mi corazón me dijo tienes que hacer un programa de agua”. Y ya no tuvimos duda sobre su atuendo de plata.
“Seleccioné algo para cerrar que tiene mucha sandunguería. Hay que terminar bailando”, expresó antes de cantar “Bel raggio lusinghier” (1823) de la ópera de dos actos, “Semiramide” (1823) de Gioachino Rossini, aria para soprano dramática coloratura.
Esta ópera es famosa por la recreación de los adornos de moda en el momento barroco, los cuales compositores como Richard Wagner tacharon de superficiales y combatieron sin piedad.
Al escuchar a Mariño, antítesis de toda superficialidad, en este número asaz alegre, las alegaciones de absurdas y anti naturales con las cuales unos cuantos, aun en nuestro días, catalogan a los susodichos adornos, perdieron fundamento.
Es posible que el asunto no sea que se haga sino cómo se hace. En nuestro carácter personal, admitimos que cuando escuchamos, sobre todo, una ópera, “qué importa que “suene absurda o se vea irreal”. El mismo criterio tenemos ante cualquier obra de arte.
Al finalizar, el sopranista y el pianista se tomaron de la mano y fueron a primer plano para recibir las eufóricas ovaciones de un público embrujado por lo vivido.
Como propina, Samuel Mariño nos ofreció el aria de Cherubino, “Voi che sapete” de “Las bodas de Fígaro” de Wolfgan Amadeus Mozart (1756-1791).
A insistencias del público, se ofreció una segunda propina, “Viajera del río” del compositor venezolano, Manuel Yánez.
Hubo una tercera propina, “Somewhere”, del musical “West Side Story” de nuestro dilecto, Leonard Bernstein.
Las ovaciones, se prologaron hasta que no nos quedó más remedio que salir de la sala. Una vez en el vestíbulo, ¡sorpresa!, allí estaba, todo de plata, Samuel Mariño para retarse y abrazarse con todos. El artista no escatimó su tiempo, aun en conversación.
“Lo que tú estás haciendo es bien importante”, le dijo una señora de mayor edad al cantante. Compartimos esa opinión. Con su ejemplo, este ser humano, quien, por ser diferente, recibió burlas y fue víctima de injusticias desde su temprana niñez, nos señala que podemos usar como primer trampolín cualquier situación dolorosa.
Al vestirse de mujer para su espectáculo, algo que no hace en su vida privada, el sopranista adelanta años luz las causas de muchas personas discriminadas.
Samuel Mariño se ganó nuestro respeto, nuestra admiración, y, por qué no, nuestro amor, con su talento vocal, su imponente presencia y su sinceridad. Ingrediente, este último, que el público no falla en captar, por lo que no puede faltar en la intención de un artista.
Felicitamos a Pro Arte Musical por este gran acierto.
Apuntes para añadir –
A la edad de 13 años, Samuel Mariño consideró someterse a una operación para masculinizar su voz. Ningún especialista garantizó que podía volver a cantar después de la operación. Un médico le aconsejó hacer carrera con la voz, pero fue su madre quien insistió con el canto. En su casa nunca recibió acoso ni presión de ninguna otra índole.
En el concierto de Samuel Mariño el domingo 22 de octubre, al lado del pianista Jonathan Ware, se destacaba un joven de pelo largo, muy bien puesto y acicalado, que pasaba las páginas. Nos enteramos que se llama Julián Jorge Marrero, es un estudiante en el Conservatorio de Música de Puerto Rico, y es un contratenor.