Pro Arte Musical y La Gestación de una Orquesta Sinfónica

Pro Arte Musical y La Gestación de una Orquesta Sinfónica»] por: Elías López Sobá

Mucho antes de organizarse la presente Orquesta Sinfónica de Puerto Rico, por mandato legislativo con fecha de 20 de junio de 1957, fueron numerosos los llamamientos y los esfuerzos que, en favor de la creación de un conjunto instrumental de esta magnitud y permanencia, surgieron de nuestras instituciones culturales privadas así como de nuestros artistas e intelectuales más destacados, iniciativas que siempre merecieron el apoyo de la prensa insular más calificada.

De particular importancia en este proceso fueron las gestiones de Augusto Rodríguez y su Orquesta Filarmónica entre el 1932 y el 1934 así como aquellas del Honorable Juez Ignacio Carballeira, Presidente de una Sociedad para el Fomento Musical, creada hacia el 1933, para el sostenimiento progresivo de lo que llegó a conocerse como la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico, bajo la dirección compartida de los maestros más renombrados del país en aquel momento: Manuel Tizol Márquez, Luis F. Miranda, Jesús Figueroa, Arístides Chavier, Arturo Pasarell, Domingo Cruz (Cocolía), Juan Mellado y Augusto Rodríguez.

Seguramente será elemento de sorpresa adicional para una gran mayoría de los que hoy en día siguen de cerca el movimiento musical puertorriqueño, la extensión del elenco orquestal de este conjunto, a saber: primeros violines – 16; segundos violines – 14; violas – 6; chelos – 6; contrabajos – 6; flautas – 4; flautín – 1; oboes – 2; clarinetes – 4; saxofón – 1; fagotes – 2; trompetas – 4; cornos – 4; trombones – 4; tubas – 2; timbales – 2; percusión – 2.

A pesar de contar con una dotación de 80 músicos puertorriqueños, capaces y deseosos de desempeñarse a nivel sinfónico según señala la crítica del momento y no obstante la favorable acogida del público, el proyecto de Carballeira no consiguió despertar en el seno de la sociedad capitalina un sostenido interés que se tradujese en un apoyo económico. Tampoco merecieron sus ingentes esfuerzos subvención alguna a nivel estatal. Igual suerte corrió la dedicada labor de Augusto Rodríguez.

“Es de notarse muy sensiblemente”, nos decía Elisa Tavárez desde las páginas de El Mundo (13 de mayo de 1940), “la falta de orquestas sinfónicas…Debemos hacer todo lo posible porque se organice una orquesta completa digna del grado de civilización de nuestra Isla”. Nuestra insigne pianista y profesora, quien había actuado con la Orquesta Sinfónica bajo la dirección de Jesús Figueroa interpretando con éxito memorable el Concierto en mi menor de Chopin, en ocasión de la visita del Presidente Roosevelt en el 1934, se nos revela en sus manifestaciones como muy conocedora de la labor de divulgación que exigía en el marco de la Isla, la institucionalización de una estructura de la complejidad de un conjunto sinfónico. “Esta orquesta”, nos dice, “debe fundarse a base y en forma tal que esté al alcance de todos, ya en conciertos públicos como privados: en los países musicalmente cultos se efectúan estos conciertos en las plazas de recreo donde acude el pueblo…”

Hablaba Elisa Tavárez no tan solo como artista comprometida con el desarrollo musical de su pueblo sino también como presidenta saliente de Pro Arte Musical de Puerto Rico. Confiaba, por lo tanto, que su llamado caería en terreno propicio y abonado.

Apenas un mes antes, un extensor editorial de El Mundo (4 de abril de 1940), pedía del “Jefe del Ejecutivo Insular” la aprobación de un proyecto de ley presentado por el Senador Pedro Juan Serrallés y ya sancionado por ambas Cámaras Legislativas, autorizando una asignación de $25,000 para parear una posible subvención de $75,000 de la Administración Federal de Proyectos de Obras (WPA).

Iba dirigido este fondo de $100,000 a estimular la educación musical y a ofrecer una oportunidad de empleo a los músicos profesionales de la Isla. “Con este fondo”, dice el editorialista, “será dable organizar una orquesta sinfónica, cinco bandas de distrito y unas veinte bandas municipales”. Y más adelante, recogiendo, sin duda, el entusiasmo y las expectativas generadas por el proyecto de ley en los círculos culturales, añadía el editorial: “Tenemos informes de que con estos fondos, además… se tiene el propósito de recoger el folklore musical puertorriqueño y recopilar la música de nuestros autores del siglo XIX.”

Ante el veto del entonces Gobernador William D. Leahy, Pro Arte Musical de Puerto Rico, ya bajo la presidencia de Waldemar F. Lee, hace suya la misión de organizar una orquesta sinfónica aún cuando no podía disponer, como ente privado, de parte alguna de la subvención ofrecida por la WPA.

Con el dinamismo y arrojo que le caracteriza durante ese período, la Sociedad anuncia ya para el 15 de julio de ese mismo año: “Esta noche debuta en Puerto Rico y ante nuestros asociados la Orquesta Filarmónica, organizada bajo los auspicios de Pro Arte Musical de Puerto Rico y bajo la dirección del Sr. Ramón Ruiz.”

“Esta orquesta viene a llenar una de nuestras primordiales necesidades artísticas y culmina los esfuerzos de Pro Arte encaminados durante varios años a la formación de una orquesta digna de nuestra capacidad artística, con retribución económica para los músicos y bajo una base de disciplina, seriedad y permanencia.”

“Ramón Ruiz ofrece a la Orquesta el beneficio de sólidos estudios en la dirección” prosiguen las notas del programa… “y la experiencia obtenida en los Estados Unidos al mando de varias orquestas durante los últimos años”.

Un examen de la documentación existente tiende a demostrar que la iniciativa de Pro Arte Musical de Puerto Rico bajo la presidencia de Waldemar F. Lee creando en 1940 la Orquesta Filarmónica de San Juan obedeció a una evaluación lúcida y objetiva de los múltiples factores configurantes, en ese momento, de la afición musical en la sociedad capitalina así como en las ciudades principales de la Isla.

Entre estos elementos se destacaba el impresionante desarrollo de la agrupación en sus ocho cortos años de vida. Con cerca de 3,000 socios activos, Pro Arte Musical señalaba para el país un camino y reafirmaba unos objetivos para su gestión cultural, nunca desvinculados de la afirmación de los valores puertorriqueños.

Siguiendo su ejemplo sociedades similares surgieron en Ponce y Mayagüez estableciéndose las posibilidades de coordinar actividades con las ventajas de una contratación concertada para más de una sede. El mismo propósito llevó a la institución a establecer acuerdos similares con Pro Arte de Santo Domingo y Pro Arte Musical de La Habana. “No parece estar lejos el día”, nos señalaba con justificado optimismo Waldemar Lee en su memoria anual de 1938, “en que una cadena artística una a las Antillas en un provechoso lazo para ser recorrido por las figuras más eminentes del mundo musical”.

Más adelante, en ese mismo documento, nos afirma Lee que la Sociedad se encuentra preparada “en todo sentido para llevar a cabo una labor de verdadero valor para nuestra comunidad. Ya ha terminado su período de prueba. Queda mucho por hacer, pero lo que falta es más bien trabajo para fortalecer nuestra posición sobre las bases ya definitivamente establecida”. Y casi a renglón seguido el informe del Presidente confirma nuestro acierto inicial: “Debemos tomar la iniciativa para la organización de una Orquesta Sinfónica bajo una base permanente y ésta debe ser una de nuestras principales labores durante el año de 1939.”

Otro factor insoslayablemente presente en las deliberaciones de Pro Arte en torno a este proyecto lo constituía el considerable número de músicos residentes de San Juan, con vocación para el trabajo sinfónico pero privados de una fuente estable de ingresos por el ejercicio de su profesión.

Una ojeada al elenco de la orquesta organizada por el Honorable Juez Ignacio Carballeira y activa de octubre de 1932 a noviembre de 1934 nos da una idea de los músicos afectados a pesar del número evidente de profesionales aficionados:
Violines 1ros.: Arturo Andreu, hijo; Adolfo Messorana, Ramón Balseiro, Jaime Padró, Juan Madera, Luis Saldaña, Rufo Obén, Luis M. Morales, Dr. Guillermo Acosta, Francisco Vicentí, Juan Comas, Arturo Leervold, Nidia Iglesias, Ricardo Morlá, A. López Prado.
Violines 2dos.: Ignacio Carballeira, Luisa Rodríguez, Juan Rivera Santiago, José Hernández Borch, R. Jaime Santana, Alejandro Gutiérrez, Juan J. Negrón, Ángel Sánchez, Arturo Torres Braschi, José Rivera, Manuel Huertas, Lorenzo Gelabert, Luis Morales, Ana María Valdés.
Violas: Carlos Gadea Picó, Jorge L. Acevedo, José Márquez, William Allende, Ramón Juliá, Alfonso Ardín.
Chelos: Librado Net, Eduardo Franklin, Ramón Morlá, Francisco Canales, Manuel González, Rafael Figueroa.
Contrabajos: Ramón Rivera, Florencio Messorana, Juan Janer, Vicente Espada, Miguel A. Perocier, Anastasia Andino.
Flautas: Felipe Neri, Rafael Montañez, Felipe Monclova, Abraham Santiago, Aquiles Montañez (flautín).
Oboes: Pedro Viñolo, Juan Colón.
Clarinetes: Domingo Ramos, Rafael Duchesne, Vicente Colón, José María Henríquez.
Saxofón: Francisco J. Duclerc.
Fagotes: Ángel Arizmendi, José Torres.
Cornos: Cecilio Hernández, Julio Rivera, Graciliano Rivera, Julio Negrón Aguayo.
Trompetas: Carmelo Díaz, Juan Torres, Roberto Mendoza, Ramón Hernández.
Trombones: Rafael Petitón, Rafael Alers, Víctor M. Quirón, Ramón Rodríguez.
Tubas: Federico Pagani, Vicente Concepción.
Tímpano: Guillermo Pomares, hijo.
Percusión: Guillermo Rodríguez, Guillermo Pomares, padre.
Bibliotecario: Gabriel Quiará.

Para acentuar el cuadro de desempleo que se le anteponía al músico con vocación sinfónica en el San Juan de los años ’30, recordemos aquellos 42 instrumentistas que junto a los mejores componentes de la orquesta de Carballeira, utilizó Augusto Rodríguez en 1934:
Violines: Manuel Vallecillo, hijo; Aníbal Acevedo, Francisco López, Juan Revilla, Ángel Faure, Luis Aldrich, Javier F. Vanga, Pablo Elvira, hijo; Manuel Cruz Horta, Rafael Cobb, Aurora A. de Torres, Richard Tormos, Alejandro Caraballo, Santiago Albanese.
Violas: Alberto Franklin, Juan Duclerc.
Chelos: Ramón Arandes, Jorge Pubiano.
Contrabajos: Tomás Muriel, José Meléndez, Plácido Campos, Rafael Muñoz.
Flautas: Manuel A. Cadilla, Eugenio Oliver.
Oboes: Juan Vázquez, Felipe Monclova.
Clarinetes: Francisco Duclerc, Rafael Muriel, Ángel Whatts.
Fagotes: Ramón Navarro.
Cornos: Juan García, Sixto Nieves, Jorge López.
Trompetas: Ángel García, Antonio Viñolo.
Trombones: Ángel Ramos, Eusebio Valencia, Juan Duclerc.
Percusión: Silvestre Pomares, Juan Prats.
Piano: Rafael Márquez.

Se hace evidente en estos elencos orquestales, aún para el lector de hoy, la presencia de un número considerable de instrumentistas que a lo largo de muchos años han mantenido una estrecha vinculación con variadas facetas del movimiento musical en la Isla. El comercio de partituras, discos y gramófonos, la composición de cuñas publicitarias para la radio, la afinación, reparación y venta de instrumentos, la copia de “particellas” y la confección de arreglos para las orquestas de baile, han sido en el campo musical avenidas tradicionales de trabajo de las que tuvieron que “echar mano” estos músicos para suplementar los escasos ingresos derivados de la enseñanza privada y de la ejecución. Los más afortunados dirigían las bandas municipales o militares, aquellos de mayor arrojo y compromiso con un cambio social se lanzaron a la sindicalización y lograron hacia 1940 forjar la primera unión de músicos puertorriqueña.

Nos topamos también en estos elencos con apellidos como Balseiro, Duchesne, Elvira, Figueroa, Montañez, Morlá y Viñolo, entre otros, que representan en nuestra Isla verdaderas familias de músicos que por generaciones han mantenido viva en el medio ambiente la práctica y la afición musical. Carlos Gadel, Jorge Luis Acevedo y Eusebio Valencia, todos con profesiones extramusicales, llegaron a convertirse en miembros valiosos de nuestra presente Orquesta Sinfónica bajo la dirección de Juan José Castro. A la distancia de medio siglo de las orquestas organizadas en los años 30, Rafael Figueroa y Ramón Morlá todavía ocupan con distinción, su atril en la sección de cuerdas de nuestra Sinfónica.

De frente a este nivel extraordinario de vocación, a pesar de las repetidas frustraciones a las que se veía expuesto este núcleo central de instrumentistas por la indiferencia gubernamental a su reclamo de trabajo, no es de extrañarse que Pro Arte Musical hubiese considerado como suyos la responsabilidad artística y el deber social de darle permanencia a una orquesta sinfónica.

El por qué sentirse llamado Pro Arte Musical a subsanar una situación que había degenerado en un mal social, nos lo contesta el editorialista del periódico El Mundo en su edición del 4 de abril de 1940:
“Es un hecho conocido que, con el advenimiento de la música mecánica – discos fonográficos, radio, cinema sonoro, grafonolas eléctrica – la mayor parte de nuestros músicos ha perdido las oportunidades de empleo, compeliéndoseles así a un paro forzoso que, en un medio de las escasas posibilidades económicas del nuestro, conlleva una situación desesperante. Para remediar siquiera en parte este lamentable estado de cosas ni al Gobierno Insular ni los gobiernos municipales les ha sido dable impulsar los proyectos aconsejables en tales casos. La industria privada tampoco ha podido proporcionar facilidades de empleo en actividades relacionadas con la música como hubiera podido ser la impresión de discos fonográficos, la organización de orquestas, etc., ni ha podido depararles un medio decoroso de vida en otros campos de la actividad económica. La situación resultante ha sido una de desesperante desempleo.”

Ante este cuadro, acentuada su crisis por los oídos sordos del Gobernador William F. Leahy al llamado de “El Mundo” a favor de un proyecto que brindaba “oportunidades de empleo a los músicos de Puerto Rico dentro del mismo campo de sus aptitudes profesionales”, Pro Arte, como la única entidad del país comprometida principalmente con el desarrollo musical, no podía sino hacer valer el liderato cultural que se había forjado en apenas ocho años de vida, aceptando la responsabilidad que el Estado evadía.

¿Tenía Waldemar Lee fundamento alguno para pensar que las condiciones señaladas con amargura por Caballeira en su carta de renuncia a la Presidencia de su orquesta en 1934 habían dejado de actuar negativamente sobre el ambiente cultural imperante en San Juan? A la hora de sostener una estructura tan compleja como una orquesta sinfónica, ¿se mostraría nuestra sociedad, como señala Caballera, “completamente fría, indiferente, apática”, “sin refinamiento musical alguno” e inclinada a “los aires populares de otros países” antes que “a la música fina, exquisita, sublime, espiritual y buena, que educa, ennoblece, enaltece y engrandece al ciudadano?” ¿Y los músicos? A pesar de las lagunas en su formación teórica y técnica, ¿seguirán pensando que no necesitaban del ensayo, del estudio y de la práctica de las otras a interpretarse? ¿Continuarían algunos insistiendo “en la osadía y el atrevimiento de participar en los conciertos sin haber asistido con puntualidad unos, y otros a ninguno de los ensayos?” ¿Persistiría entre un buen número de ellos “la desidia, el poco entusiasmo e interés individual y colectivo por la organización?

Aparte del éxito impresionante de Lee y Pro Arte, la documentación existente tiende a demostrar la presencia de un elemento nuevo en el ambiente musical sanjuanero, sorpresivo para el mismo Lee, y, por lo tanto, decisivo a la hora de él escoger un curso de acción en torno a la formación de una orquesta.

Ramón Ruiz Cestero configuraba, a nuestro entender, este nuevo elemento. A los 30 años, Ruiz Cestero tenía a su haber no solamente un título en dirección orquestal de Juilliard School of Music sino que también una experiencia de inestimable valor para los propósitos de Lee y Pro Arte, a saber, el haber organizado y trabajado a fondo con orquestas de la comunidad de New York, similares en su composición heterogénea, producto de la interacción entre profesionales y aficionados, a la que potencialmente ofrecía la ciudad de San Juan.

A su formación y dotes artísticas, unía la figura de Ruiz Cestero la habilidad comunicativa del enseñante por vocación, una reconocida capacidad organizativa y el raro don de coordinar voluntades, todas cualidades indispensables para cualquier aspirante a dirigir los destinos de una orquesta. Así se le reconoce en la carta que le envía la Washington Square Symphony Orchestra el 4 de octubre de 1939 a raíz de haber aceptado Ruiz Cestero el ofrecimiento de Pro Arte:

“We wish also to express our appreciation for your vision in seeing the need for such a group as ours, and your remarkable organizing ability in developing a body, such as ours has become, from the elemental raw material with which you had to work.

We, the members of the Washington Square Symphony Orchestra, are fully cognizant of the fact that the very existence of the orchestra today is due only to one person, yourself. The concerts given during the past season and the glowing notices received from the New York newspapers are in themselves a tribute to you and the work you have done, your musicianship, ability and talent as a conductor”.

Durante su corto mandato con la Orquesta Filarmónica de Puerto Rico, Ruiz Cestero estuvo a la altura de este elogioso reconocimiento de sus músicos “del Village Newyorkino”.

Concluidas las dos primeras series de conciertos en 1940 bajo el patrocinio de las tres sociedades Pro Arte de la Isla y el Departamento de Actividades Culturales de la Universidad de Puerto Rico, Ruiz se lanzó de lleno a la planificación programática y presupuestaria de la gestión de la orquesta con miras a dotarla de una base permanente. Su método de trabajo organizativo fue un modelo para su tiempo en nuestro medio y encierra todavía lecciones para el presente. Treinta días antes de que el ataque a Pearl Harbor echara por tierra el proyecto, gestionaba de entidades particulares, con positivas perspectivas de éxito, la formación de un Patronato que junto a Pro Arte Musical pudiese guiar el desarrollo e la Filarmónica. Con evidente satisfacción anunciaba, asimismo, la firma de un contrato para la radiodifusión de 20 conciertos en la temporada de 1941.

Pero la guerra presentó tanto para la Sociedades Pro Arte como para la Filarmónica obstáculos insuperables. Por una parte nuestros músicos se vieron sujetos, en buena medida, al reclutamiento militar, por otra, los grandes artistas se vieron impedidos de llegar hasta nuestras costas. Desprovisto del atractivo de las estrellas internacionales, Pro Arte Musical sufre la deserción de sus afiliados y ve su matrícula de 3,000 socios activos reducida a un grupo de apenas 400 leales.

Cuando resurge, tocando a su fin la II Guerra Mundial, la actividad musical en la Isla, la orquesta reaparece en 1946 vinculada a una nueva sociedad llamada Amigos de la Música. Su existencia probó ser muy precaria pues hacia el 1950 encontramos a Alfredo Matilla abogando por la formación de una Sinfónica, pero esta vez, con músicos importados para ocupar las sillas vacantes por falta de talento local. “La falta de bandas locales”, nos dice, “ha descuidado el desarrollo de los instrumentos de viento, madera y metal y se cuentan con los dedos de la mano (y sobran dedos) los músicos aprovechables en esa rama técnica. Pero el mal… tiene fácil remedio… Si un equipo de béisbol puede reforzarse… con medios ajenos ¿por qué la música ha de tener un trato diferente?

A estos años de distancia se nos hace evidente con las palabras de ‘Matilla que en el transcurso de la guerra y de la década de los ’40, un cambio significativo se había operado en la dinámica social y los valores que configuraban y guiaban el ambiente cultural de San Juan.

La conjunción histórica de un ente privado, dinámico y responsable, guiando el desarrollo musical del país, de un director orquestal con la formación y las cualidades idóneas para ejercer un liderato y sobretodo, de un significativo número de instrumentistas con vocación para el trabajo sinfónico, puertorriqueños todos y motivados por un propósito que trascendía los objetivos particulares de sus componentes, se había esfumado y no volvería a darse.

Graduado de la Juilliard School of Music con altos honores en dirección orquestal así como en piano, Ramón Ruiz Cestero a sus 30 años y ya establecido en Nueva York, representa en esos momentos un recurso formidable para el proyecto de Pro Arte.

Así lo debe reconocer Waldemar Lee desde que Ruiz Cestero debuta como pianista en la Isla bajo los auspicios de Pro Arte en 1938 y le persuade a dejar su posición en la Brooklyn Music School y en la dirección de la Washington Square Symphony Orquestra, al año siguiente, para hacerse cargo del a Filarmónica en vías de organización en San Juan.

El programa que presenta el joven Maestro toma en consideración el nivel de ejecución de los músicos así como el desequilibrio del elenco de 35 profesores que ha podido forjar: primeros violines – 6; segundos violines – 6; violas – 4; violonchelos – 1; contrabajos – 2; flautas – 2; oboes – 1; clarinetes – 2; fagotes – 1; trompas – 2; cornetines – 2; trombones – 2; timbales.

Le sirve de escenario al debut de la Orquesta Filarmónica, con el siguiente programa, el Auditórium de la Universidad:
I

Coral………………………………………………………………….. J.S. Bach
Corrente…………………………………………………………………. Corelli
La Muerte y la doncella…………………………………………. Schubert
Obertura “Zampa”…………………………………………………… Herold

II
Sinfonía en sol menor núm. 40………………………………….. Mozart

Intermedio

III
Deux Esquisses op. 24………………………………………… A. Chavier
Scherzo; Danza de las Hadas
Córdoba………………………………………………………………… Albéniz
Danzas Húngaras……………………………………………………. Brahms
Núm. 3; Núm. 1
Valse en si bemol…………………………………………….. Tchaikovsky

No obstante las limitaciones del conjunto que obligan a Ruiz a interpretar la Sinfonía de Mozart sin un segundo oboe y con un solo fagot, la prensa acoge con entusiasmo el concierto y el crítico Rodríguez Arresón (El Mundo, 18 de julio de 1940), le hace un sentido reconocimiento a Pro Arte, al Maestro y a los músicos. Igual recibimiento se le otorga al conjunto en sus presentaciones para las sociedades Pro Arte de Ponce y Pro Bellas Artes de Mayagüez, donde se le identifica como Orquesta Filarmónica de San Juan. Una última actuación para los estudiantes de la Universidad, el 5 de agosto, auspiciada por el Departamento de Actividades Culturales y Sociales, cierra esta primera serie de conciertos de la Filarmónica.

Con renovados bríos y con un elenco orquestal ampliado a 40 profesores, Ruiz Cestero organiza a penas dos meses más tarde la segunda serie de conciertos. Esta da comienzo en el teatro Fox Delicias de Ponce el 4 de octubre con la atracción estelar de Jesús M. Sanromá como solista. Nuevamente el programa incluye una obra de un autor puertorriqueño con lo cual corrobora la observación del crítico Rodríguez Arresón en el sentido de que uno de los fines que se persiguen con la Orquesta Filarmónica es la presentación de las obras de nuestros compositores.

I

Sinfonía en si bemol, núm. 102………………………………….. Haydn

II
Marcha Triunfal…………………………………………………….. Pedreira
Vals Triste…………………………………………………………….. Sibelius
Dos danzas húngaras………………………………………………. Brahms

III
Concierto en la menor, op. 54
para piano y orquesta ……………………………………. Schumann

El concierto se repite el 7 de octubre para los socios de Pro Arte Musical de San Juan y al día siguiente para los estudiantes de la Universidad de Puerto Rico.

Esta vez el entusiasmo de la prensa y el público se hace evidente y lleva a J.E. Pedreira a escribir en la edición del 10 de noviembre de El Mundo: “Pro Arte Musical de Puerto Rico, con escasos medios disponibles, y Ramón Ruiz Cestero… han hecho el milagro de ofrecer a Puerto Rico un conjunto orquestal formado por 40 profesores de música… representando cada uno en sí un verdadero valor musical… por lo cual merecen nuestro más sincero reconocimiento y estímulo… Ha podido Pro Arte… algo que el Gobierno de nuestro país nunca ha querido hacer – una Orquesta Filarmónica Puertorriqueña”.

Apenas cuatro semanas más tarde entraría la isla a vivir cotidianamente el horror de la II Guerra Mundial y se frustraban los afanes y los sueños acariciados para la Filarmónica, nuestros músicos y nuestra música.

Cuando se recobra el pulso y aflora de nuevo el proceso 17 años más tarde con la llegada de Casals, otras serán las miras, Pro Arte Musical prácticamente ha desaparecido y la gran mayoría de los músicos puertorriqueños se ha ubicado de lleno en la música popular y en la enseñanza. Con el puñado que todavía puede y quiere desenvolverse en la música culta se contará. Inexplicablemente Ramón Ruiz Cestero no estará entre los llamados.